25 abril 2011

Los tangos de Cortázar

Cuando se relacionan los términos Cortázar y música uno normalmente tiende a pensar en el jazz, en figuras como Duke Ellington, Charlie Parker o Earl Hines, tal y como se muestra en Rayuela o en "El perseguidor" de Las armas secretas.

Pero Cortázar no era simplemente el típico sudamericano afincado en París, cuna de la cultura europea, y desarraigado de su propio país, que se decidió definitivamente por la civilización en la contienda clásica de Hispanoamérica entre civilización y barbarie. Cortázar, como otros muchos sudamericanos, es un sudamericano que se debate entre el amor por su patria y la cultura cosmopolita europea. Este conflicto se desarrolla en Rayuela, y no hay que olvidar que para Cortázar Argentina era el lado de acá y París era el lado de allá.

No se puede decir desde luego que Cortázar olvidara por completo su patria, y buena muestra de ello es su relato "Torito". Y por supuesto, tampoco olvidaba Cortázar los tangos.

En 1953, estando en París, unos amigos dejaron a Cortázar un victrola y unos discos de Carlos Gardel. A partir de esa experiencia Cortázar evoca a Gardel en un precioso texto lleno de añoranza y ternura. Para Cortázar sólo existe una forma de escuchar a Gardel, no en directo, sino a través de un viejo victrola, en discos gastados acariciados por la púa, en noches de verano, y cebando mate.

Los tangos escritos por Julio Cortázar me cautivaron por completo y descubrí que Cortázar tiene un disco de tangos junto con Edgardo Cantón e interpretados por Juan Cedrón, editado en el año 80 y reeditado en el 95 llamado Trottoirs de Buenos Aires.
En el disco se incluyen los siguientes tangos,
01 Medianoche, aquí
02 Guante azul
03 Tu piel bajo la luna
04 Tras su rastro
05 Veredas de Buenos Aires
06 El buscador
07 Java
08 La camarada
09 Paso y quiero
10 La cruz del sur

Especialmente hay dos que me encantan,

Adicionalmente me di a la tarea buscar el disco Trottoirs de Buenos Aires y aunque no fue tarea fácil, aquí se los dejo para que lo disfruten.

20 abril 2011

Carta de Julio Cortázar a Roberto Fernandez Retamar: Sobre Rayuela.

Cortázar con Roberto Fernández Retamar, Casa de las Américas, Cuba, 1979
 París, 17 de agosto de 1964
Querido Roberto:
  Perdóname por escribirte a máquina, pero es una costumbre de la que ya no sé privarme y que me permite ser eternamente espontáneo e ir diciendo lo que me nace de más adentro. Anoche me entregaron tu carta del 3 de Junio (¡cuánto tiempo, ya!) y me sentí tan emocionado y tan feliz por lo que me decías en ella que entré como en un trance, en una casilla zodiacal increíblemente vasta y próspera. Todavía no he salido de ella, y te escribo bajo esa impresión maravillosa de que un poeta como tú, que además es un amigo, haya encontrado en Rayuela todo lo que yo puse o traté de poner, y que el libro haya sido un puente entre tú y yo y que ahora, después de tu carta, yo te sienta tan cerca de mí y tan amigo. No sé si cuando te escribí hace unos meses para hablarte de tus poemas, supe expresar bien lo que sentía. Tú, en tu carta, me dices tantas cosas en unas pocas líneas que es como si me hubieras mandado un signo fabuloso, uno de esos anillos míticos que llegan a la mano del héroe o del rey después de incontables misterios y hazañas, y allí está condensado todo, más acá de la palabra y de las meras razones: algo que es como un encuentro para siempre, un pacto que hace caer las barreras del tiempo y la distancia.
  Mira, desde luego que lo que hayas podido encontrar de bueno en el libro me hace muy feliz; pero creo que en el fondo lo que más me ha estremecido es esa maravillosa frase, esa pregunta que resume tantas frustraciones y tantas esperanzas: "¿De modo que se puede escribir así por uno de nosotros?" Créeme, no tiene ninguna importancia que haya sido yo el que escribiera así, quizá por primera vez. Lo único que importa es que estemos llegando a un tiempo americano en el que se pueda empezar a escribir así (o de otro modo, pero así, es decir con todo lo que tú connotas al subrayar la palabra). Hace unos meses, Miguel Ángel Asturias se alegraba de que un libro mío y uno de él estuvieran a la cabeza de las listas de best-sellers en Buenos Aires. Se alegraba pensando que se hacía justicia a dos escritores latinoamericanos. Yo le dije que eso estaba bien, pero que había algo mucho más importante: la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por la manía de las traducciones y el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda. Sigo creyendo que hay ahí un hecho trascendental, incluso para un país donde las cosas van tan mal como en el mío. Cuando yo tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy cualquier buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo. Es decir que los signos de madurez (dentro de los errores, los retrocesos, las torpezas horribles de nuestras políticas sudamericanas y nuestras economías semi-coloniales) se manifiestan de alguna manera, y en este caso de una manera particularmente importante, a través de la gran literatura. Por eso no es tan raro que ya haya llegado la hora de escribir así, Roberto, y ya verás que junto con mi libro o después de él van a aparecer muchos que te llenarán de alegría. Mi libro ha tenido una gran repercusión, sobre todo entre los jóvenes, porque se han dado cuenta de que en él se los invita a acabar con las tradiciones literarias sudamericanas que, incluso en sus formas más vanguardistas, han respondido siempre a nuestros complejos de inferioridad, a eso de "ser nosotros tan pobres", como dices a propósito del elogio de Rubén a Martí. Ingenuamente, un periodista mexicano escribió que Rayuela era la declaración de independencia de la novela latinoamericana. La frase es tonta pero encierra una clara alusión a esa inferioridad que hemos tolerado estúpidamente tanto tiempo, y de la que saldremos como salen todos los pueblos cuando les llega su hora. No me creas demasiado optimista; conozco a mi país, y a muchos otros que lo rodean. Pero hay signos, hay signos. . . Estoy contento de haber empezado a hacer lo que a mí me tocaba, y que un hombre como tú lo haya sentido y me lo haya dicho.
  Gracias por haberle mostrado a Lezama cuánto me acuerdo siempre de él y lo mucho que lo admiro. Hace tiempo que quiero escribirle, pero me intimida un poco; vuelvo a acordarme de la noche en que cené con él y lo escuché decir cosas maravillosas, como un lento volcán de palabras. Sí, él es uno de los que me llacen tener confianza en nuestras tierras, en lo que habrá de ser finalmente esa América misteriosa.
  Oye, ahora quiero decirte que si es cierto que vas a escribir algo sobre mi libro, me das desde ya una enorme alegría. He leído muchas críticas, algunas justísimas e inteligentes; pero el tono que hay en tu carta, ese contacto por debajo que hay entre lo que me dices y lo que yo soy en mi libro, no lo he encontrado hasta ahora. Por supuesto, si escribes algo tendrás que pensar en el lector y tomar tus distancias; pero te has acercado tanto que cualquier cosa que digas de mi libro será siempre una vivencia, como hubiera querido el pobre Oliveira, y no una valoración de magister, de las que me llegan docenas y que yo olvido minuciosamente.
  Quiero que sepas que Aurora y yo fuimos muy felices la noche en que estuviste con tu mujer en casa, y que esperamos siempre que vuelvan a Europa y podamos vernos más y mejor. Natalia Revuelta, que me trajo tu carta tan gentilmente, habló de que quizá fueras a Oriente a estudiar problemas literarios o culturales (la información era muy nebulosa, pero se mencionó el Japón y la India). Si así fuera, lo que me parecería fabuloso, supongo que pasarás por Europa antes o después, y que me avisarás con tiempo. Yo no soy divertido como contertulio, ya sabes que los argentinos estamos todos metidos para adentro y si algo sacamos a veces es las uñas (y al divino botón, diría alguien que conozco); pero si me tienes paciencia sé que podremos hablar de verdad de tantas cosas. Con ustedes, los cubanos, yo me desnudo como frente al mar; los amigos de allá lo notaron y me lo dijeron. Mira si me hacen bien, mira si tendré razones para quererlos tanto.
  Dales mis afectos a Calvert Casey, a Arrufat, a Lisandro Otero, a Edmundo Desnoes, y por supuesto a Lezama. Un gran abrazo de Aurora para ustedes dos. Yo no sé cómo despedirme.

Digamos que sigue en el capítulo...
Pero también un abrazo muy fuerte,
Julio.

15 abril 2011

Las casillas de Rayuela en Julio

Sus cuentos (releo con la misma fruición de la primera vez Autopista al surLa señorita CoraContinuidad en los parquesLa casa tomada), su ensayo sobre Rimbaud, su texto biográfico sobre Poe, su aproximación crítica a la teoría del cuento, su nouvelle El Perseguidor. Pero su gran jugada, la que merece un monumento, es Rayuela.

Se sabe que cuando Cortázar terminó Rayuela le tenía otro nombre. La novela se iba a llamar Mandala y esto es muy sugerente, porque el Mandala es un símbolo gráfico que representa las capas espirituales más profundas de un ser que se busca.

Veamos el contenido de sus casillas,

Casilla 1: Llega a Buenos Aires proveniente de Bruselas siendo un niño de cuatro años, que sólo habla francés y apenas ensaya algunas palabras mal pronunciadas en español. Sus compañeros de escuela se burlan de él, su padre lo abandona para siempre, su cuerpo crece de manera desproporcionada, sus huesos son débiles y se parten con facilidad al caer de una bicicleta. Entonces, se encierra en el armario de su cuarto, en total oscuridad y comienza a escuchar los sonidos de esas otras dimensiones que después las conocimos sus lectores por él. Cortázar inaugura así en la literatura hispanoamericana un género fantástico distinto al de Felisberto Hernández y al de Borges: es lo sobrenatural dentro de lo natural, lo fantástico siempre está en la realidad si sabemos mirar y oír de una manera diferente.

Casilla 2: El tímido maestro de escuela primaria. Se sonroja por todo. Se empieza a cansar de sus fantasmas y decide leerse toda la cultura occidental. En menos de dos años lee y traduce a sus escritores favoritos en lengua inglesa. Son años de lector compulsivo que le dan la sólida cultura que conoceremos luego por sus ensayos críticos y, sobre todo, por la futura erudición de Oliveira.

Casilla 3: En una tarde de sol, caminando por la calle Corrientes de Buenos Aires, se encuentra con dos pasiones simultáneas que terminan siendo una sola: la música del Jazz y el amor desenfrenado de Aurora Bernardez. Descubre que el ritmo lo es todo. Sólo la música penetra la máscara de las palabras, las sombras chinescas de los conceptos, el frío muro racional del pensamiento cartesiano. Una sola fuga de Bach derrumba el monstruoso edificio arquitectónico de las categorías de Kant. De ahí ese personaje enigmático del Perseguidor, que al poseer el don del ritmo de las otras dimensiones, es capaz de penetrar lo sagrado por medio de su saxofón.

Casilla 4: Un puente de París en una noche de lluvia. Cortázar mira el agua del río Sena y siente un profundo deseo de tirarse y de morir ahogado. No sería el primero ni el último. Se ha desencantado del mundo, está solo al igual que el universo en donde vive. Estas son las tierras arrasadas por el olvido de un Dios ausente. No es que se le haya extraviado el sentido de la vida, porque uno nunca pierde aquello que jamás ha tenido. Simplemente toca fondo. Morir en París, puede ser mejor que seguir viviendo en el infierno mental de su angustia.
Sin embargo, cuando decide quitarse el abrigo y regalárselo a un Clochard, para que no se desperdicie en el fondo del río, le surge la idea de su novela, su Rayuela, Oliveira, la Maga, Rocamadur, los miembros del Club de la Serpiente, Morelli, la utopía de la novela total, o sea, de la antinovela, escribir una novela que mate la literatura pomposa y seria. Jugar a decirlo todo desde el principio, con otros lenguajes de los que, al igual que el poeta Hofmannsthal, él tampoco conocía ni una sola palabra. Rayuela nace esa misma noche en la que el hombre Cortázar renunció a encontrarle a su existencia una certeza metafísica. Por eso, la auténtica literatura es asunto de descreídos y nunca de militantes.

Casilla 5: Cortázar es los otros: cada uno de sus personajes es un pasadizo oculto de su inconsciente que se muestra a la luz del mundo. La Maga es el arquero Zen: el descubrimiento del budismo, la ilusión del yo, la vacuidad, el lenguaje del silencio, el rechazo a la dialéctica, el zambullirse en la vida misma sin los flotadores existenciales de los prejuicios o de las esperanzas.
Oliveira es el flaneur en las calles del París de Baudelaire, el "matador de brújulas" que sabe que la ciudad luz es una metáfora de su propia angustia: Cada esquina, cada barrio, cada avenida es el mapa incompleto del sentido oculto de su propia vida. Oliveira es Cortázar antes de renunciar a la ilusión de las certezas metafísicas, un ateo que mientras niega la existencia de un Dios, se arrodilla a pedir perdón por lo que no comprende.

Casilla 6: Le llega a Cortázar la fama literaria universal. Incluso, mientras todavía cree que: "No me hago la ilusión de que podré lograr algo trascendental".

Casilla 7: Cortázar sigue creciendo. Pero esto no es una metáfora sino un signo de reactivación de su antigua enfermedad: la acromegalia. A su vida y a su obra las impregna la nostalgia, esa nostalgia del tiempo perdido que había descrito enRayuela, cuando le hizo decir a Oliveira que: "Después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás".

Casilla 8: Julio y su novia Carol se contaminan por una transfusión de sangre a comienzos de los años ochenta. A los cuatro años ambos estaban muertos.

Casilla 9: Cada vez que leemos a Cortázar sabemos de su inmortalidad y recordamos sus palabras: "Cuando se ha salido de la infancia... se olvida que para llegar al cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato".

Casilla 10: Esta casilla es el cielo. Pero como dijo muy bien Wittgenstein: "De lo que no se puede hablar es mejor guardar silencio".

Extracto de: Elogio de la profundidad por Orlando Mejía-Rivera
Fuente: Revista ALEPH Febrero 2007

10 abril 2011

Rayuela Capítulo 17

Un fragmento, que me parece extraordinario, y que vale la pena leerlo sin prisas para disfrutarlo todo:

"...Nadie parecía dispuesto a contradecirlo porque Wong esmeradamente aparecía con el café y Ronald, encogiéndose de hombros, había soltado a los Warring’s Pennsylvanians y desde un chirriar terrible llegaba el tema que encantaba a Oliveira, una trompeta anónima y después el piano, todo entre un humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías, su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stomp, sus blues, para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el swing, el bebop, el cool, ir y volver del romanticismo y el clasicismo, hot y jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la estúpida música animal de baile, la polka, el vals, la zamba, una música que permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente amargos, una música que permitía todas las imaginaciones y los gustos, la colección de afónicos 78 con Freddie Keppard o Bunk Johnson, la exclusividad reaccionaria del Dixieland, la especialización académica en Bix Beiderbecke o el salto a la gran aventura de Thelonius Monk, Horace Silver o Thad Jones, la cursilería de Erroll Garner o Art Tatum, los arrepentimientos o las abjuraciones, la predilección por los pequeños conjuntos, las misteriosas grabaciones con seudónimos y denominaciones impuestas por marcas de discos o caprichos del momento y toda esa francmasonería de sábado por la noche en la pieza del estudiante o en el sótano de la peña, con muchachas que prefieren bailar mientras escuchan Star Dust o When your man is going to put you down , y huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve a sí misma, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizás había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombres porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera."

05 abril 2011

Cortázar y su máquina de escribir

En su articulo El amargo encanto de la máquina de escribir, Julio Cortázar describió su obsesión cuando usaba el artefacto:
... "El tiempo agravó las cosas: ahora sólo puedo escribir en máquina eléctrica, siempre de la misma marca, con el tipo de la misma medida, y sin un solo tropiezo, porque hasta el mínimo error de mecanografía me duele en el alma como un error de creación. No es raro, pues, que el único cuadro que tengo frente al escritorio donde escribo sea el afiche de una máquina de escribir destrozada por un camión en medio de la carretera. ¡Qué dicha!" ... "Lo peor es que cuando uno se vuelve mecanógrafo esencial ya resulta imposible escribir de otro modo, y la escritura mecánica termina por ser nuestra verdadera caligrafía"

Él utilizaba una Olivetti Lettera 22, que es una maquina portátil
diseñada por Marcelo Nizzoli en 1949 para Olivetti, fue muy popular y galardonada como el mejor diseño de producto en los últimos 100 años por el instituto de tecnología de Illinois.
Tiene un tamaño de 27x37x8 cm sin embargo pesaba 4kg lo que podía limitar su portabilidad. 
fuente: wikipedia

Me he encontrado un texto muy creativo titulado "La maquina de Cortázar" por Alberto Paciano, mismo que les dejo a continuación para que lo disfruten:

La maquina de Cortázar - Alberto Paciano

En 1997 compré la máquina en la que Julio Cortázar escribió Rayuela. Desde entonces no puedo escribir con otro artefacto. Ni siquiera con las plumas. Para empezar, al tomar una pluma, ya se está en una actitud ajena a la escritura: más cerca de los trazos, de las líneas y los rayones, se antoja más dibujar circulitos o largas líneas que cruzan la hoja a manera de pentagrama imperfecto, pero no de escribir una palabra. Quien revise mis borradores, encontrará todo esto. En cambio con la máquina de Julio las cosas son diferentes. A uno le dan ganas de poner un disco de Bill Evans e irse metiendo en las páginas, decidido a perderse en cualquier digresión hasta el punto final. Y así sucede. Puedo escribir durante horas hasta que el sueño pide lo suyo. A veces, juego a que soy Julio Cortázar. Me dejo la barba, fumo, aunque no tengo el hábito de fumar; juego ante el espejo que esta frente a mi escritorio a practicar ciertas posiciones corporales que mi estatura, sin llegar a la de Cortázar, me facilita las cosas; imito su voz, me toco mi boca, el borde de mi boca, y todo va perfecto, escribo sin trabas, sin apenas planear algo, como si los golpes vinieran empujados desde las teclas a la punta de los dedos.
Se me ocurren cosas que seguramente no se me ocurrirían si escribiera con cualquier otra máquina, digamos, con la antigua máquina del periódico, la que utilicé por allá en el ochenta. Han sido tantas personas las que han metido sus dedos allí; que el objeto pierde esa especie de imantación que solo pueden tener aquellas cosas que fueron usadas por una sola persona. Hasta donde yo sé, hasta donde me han dicho, solo Julio Cortázar escribió en esta máquina. Ignoro si le tenía mucho apego o no; si se sentía incapaz de escribir con otra o todo esto era perfectamente irrelevante. Me gusta pensar que la necesitaba tanto como yo, que le gustaba, como a mí , mirarla por un largo rato, sin tocarla, pensando en que las palabras no existen hasta que uno se pone a respirar y pone el papel y presionas para que la palabra tenga forma, peso, aroma, realidad.
Escribir en la máquina de Cortázar ha cambiado también mis costumbres o mis habilidades de taquigráficas. Antes, en la computadora, escribía usando todos mis dedos. Llegaba rápidamente al final de la frase y ahí estaba el muro, el ahora qué, las ganas presionar el erase hasta el inicio, como en un desmayo hacia atrás; ahora, escribo solo con mis dedos índices, lentamente, presionando con esfuerzo para que la letra imprima bien, como en esa fotografía a blanco y negro que anda circulando con la red, en donde se le ve Cortázar tan inteligente, tan concentrado en su juego. No estoy seguro cuántas utilizó Cortázar a lo largo de su vida. Al menos tuvo esta. El que me la vendió, un judío polaco, me garantizó que era de él, incluso me enseñó esa foto; se parecen tanto. Justamente este Polaco le vendió a un colega la máquina de George Perec. Era un escritor, mi amigo, sencillo y modesto. Ahora está hecho un lío. Yo tampoco podría escribir con una máquina de Perec, primero, porque apenas lo he leído. No veo en él a ningún maestro, no tengo por él más admiración que la que me puede inspirar los comentarios elogiosos de los colegas que sí lo han leído, que si lo admirar, no sé por qué.
En una semana visitaré a un amigo en Buenos Aires que va a inaugurar un museo de la vida de Julio. Entre otras cosas-fotografías, textos, la gabardina con la que llegó a Paris en el cincuenta o el cincuenta y uno- exhibirá una máquina de Cortázar. Prometí llamarle en cuanto llegara a la ciudad para encontrarnos en un café; iremos después a la casa del anticuario que estará a cargo del museo, y que jura tener documentos de autenticidad y pruebas y testimonios. Le diré que no pueden exhibir esa pieza. Les pediré de favor que no lo hagan. Somos amigos. Posiblemente, ya veremos. Buenos Aires es triste.

01 abril 2011

“Los textos de Cortázar son máquinas de pensar”

Me he encontrado en Pagina|12 un análisis interesante sobre los rasgos estilísticos de Julio Cortázar contrastándolo con Jorge Luis Borges a cargo de la escritora Luisa Valenzuela.

Les dejo a continuación el mismo:
Cortázar era un ser extraordinario, de una calidez humana muy profunda. Se interesaba mucho por los escritores jóvenes; en ese sentido era lo contrario de Borges, que dijo que a los jóvenes poetas había que disuadirlos”, dice Luisa Valenzuela a pocas horas de partir hacia México, donde participará del coloquio sobre el escritor organizado por la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, de la Universidad de Guadalajara. “Yo creo que cuando Carlos Fuentes y García Márquez decidieron donar sus premios nacionales para hacer una cátedra, lo eligieron a él por la calidad de su obra y porque tenían una enorme devoción por su nobleza: Cortázar se sacrificó mucho por las causas en las que creía”, agrega la escritora, en referencia al apoyo del autor de Rayuela a las revoluciones en Cuba y Nicaragua.
No será aquél el único contraste que aparezca en la entrevista en torno de Borges y Cortázar, a quienes Valenzuela considera “nuestros dos grandes polos, los dos grandes escritores argentinos”. Luego de evocar un congreso en La Habana en los años ‘60, en el que José Lezama Lima destacaba el carácter “latinoamericano, argentino y porteño” de la prosa de Cortázar, Valenzuela subraya que quizás Borges sea mucho más universal porque su obra se nutre de raíces literarias muy diversas. “Cortázar es más difícil de traducir, porque está lleno de regionalismos; como trabaja desde dentro del lenguaje, es difícil también dar una idea cabal de lo que él puede decir en algunos idiomas que no funcionan con una gramática latina. Pero hay una gran fascinación por su obra: yo conozco gente en México que recita páginas enteras de Rayuela de memoria. En toda América latina es un escritor sumamente amado. Su obra tiene plena vigencia. Y otra cosa: aun los que se limitan a apreciar lo de los cronopios y los famas, que es lo más fácil, también entran en sus mecanismos de textos como máquinas de pensar, máquinas que generan otras ideas y son estímulos de pensamiento. De alguna manera, Borges, a quien admiro profundamente, es tan preciso, perfecto, clausurante, que ahí no entra nada más. Mientras Borges es totalmente centrípeto, Cortázar, en cambio, es totalmente centrífugo: en él entra todo, y uno se puede sentir hermanado con ese espacio que él abre a los demás.”
–¿En qué basará su exposición en Guadalajara?
–Voy a proponer que se lo considere a Cortázar como el eximio y excelso “payaso sagrado”. En algunas culturas indígenas, sobre todo en América del Norte, los payasos sagrados son los personajes que pueden romper la sacralidad, los rituales, y son aún más considerados y respetados que los mismos representantes de los dioses, porque son los que entienden el mundo del más allá y el del más acá. Son los que entienden el lenguaje, del otro lado del mundo y de éste. Y yo creo que Cortázar era el epítome en ese sentido, porque él siempre estaba tratando de empujar el límite, de ver qué había del otro lado, de ver cómo la muerte estaba presente en la vida. Su mundo no era de dicotomías, y para él todo, de alguna manera, estaba imbricado.
–Y esto se relacionaría, también, con la pasión de Cortázar con lo lúdico, un rasgo saliente de su obra.
–Claro: el payaso sagrado es lúdico en serio. Cortázar decía que derivaba de la patafísica, cuyo principal precepto es no tomarse lo serio en serio. El trabajaba con temas de enorme seriedad y de golpe abría este juego. Porque creía que el juego abre la puerta para avizorar cosas que no pueden comprenderse de otra manera. Cortázar decía que de chico había sido muy serio, muy adulto; y de adulto, a la hora de escribir, utilizó mucho aquella mirada “seria” de niño que veía con ojos siempre nuevos, renovados.
–Cuando Cortázar empezó a incluir en sus ficciones temáticas políticas, ¿qué pasó con esta intención lúdica?
–Yo creo que se metió en política por un profundo amor a la humanidad; en un momento dado entendió que tenía que jugarse. Venía de una clase literaria argentina, casi diría que liderada por Borges, que decía que no se podía pensar una novela comprometida, que el compromiso político de alguna manera estropeaba la literatura. Cortázar comprendió que eso no necesariamente es así. Por mucho tiempo intentó mantener ambas cosas separadas; yo creo que fue cuando mejor escribió. Y creo que escribe sus cosas más flojas cuando intenta mezclarlo, como en Libro de Manuel, pero ahí también hay tramos magistrales. Su sueño era poder imbricar ese mundo de la pura poesía, de la pura literatura, con la visión política. Yo creo que es factible y que lo hizo cuando no quiso hacerlo, primero jugando con Fantomas y los vampiros transnacionales, pero también en ese cuento maravilloso que habla de Laura Bonaparte...
–Recortes de prensa.
–Ese cuento es bellísimo. Y también lo hizo en otros cuentos, como Graffiti. Poco antes de morir, Cortázar me contó un sueño: le entregaban un libro impreso en el que veía, por fin, que había podido aunar esos dos mundos, el de sus creencias políticas y el del arte. Un libro perfecto, impecable, que estaba hecho de figuras geométricas, no de palabras. El quería volver a la literatura pura, pero se sentía en la obligación, cuando le pedían un texto para cualquier revista, de escribir sobre política.
–¿Qué destaca entre su obra?
–Sus cuentos, en general, son extraordinarios. Rayuela fue un deslumbramiento: lo leí de una manera y lo volví a leer de otra, y no quería abandonar nunca ese universo tan complejo, tan magistralmente narrado. Pero el libro que más me gusta es 62: modelo para armar. Ahí está de nuevo lo que no puede ser dicho, ese momento que toca lo inefable con la ciudad, los sueños que comparten sus personajes.
–¿Influye, hoy, su obra?
–En su momento, Rayuela debe haber tenido millones de imitadores. Pero ahora no, no creo. Sus textos son muy inquietantes. En general los escritores de acá tratan de encontrar respuestas, o argumentos tranquilizadores, aunque se cuenten cosas aterradoras: de alguna manera, quizás un poco maniquea, los malos van en un lugar y los buenos en otro. En Cortázar no existe ese maniqueísmo: sus mundos, como dije antes, están imbricados, y eso despierta inquietud. Es lo que me interesa.

Los tangos de Cortázar

Cuando se relacionan los términos Cortázar y música uno normalmente tiende a pensar en el jazz, en figuras como Duke Ellington, Charlie Parker o Earl Hines, tal y como se muestra en Rayuela o en "El perseguidor" de Las armas secretas.

Pero Cortázar no era simplemente el típico sudamericano afincado en París, cuna de la cultura europea, y desarraigado de su propio país, que se decidió definitivamente por la civilización en la contienda clásica de Hispanoamérica entre civilización y barbarie. Cortázar, como otros muchos sudamericanos, es un sudamericano que se debate entre el amor por su patria y la cultura cosmopolita europea. Este conflicto se desarrolla en Rayuela, y no hay que olvidar que para Cortázar Argentina era el lado de acá y París era el lado de allá.

No se puede decir desde luego que Cortázar olvidara por completo su patria, y buena muestra de ello es su relato "Torito". Y por supuesto, tampoco olvidaba Cortázar los tangos.

En 1953, estando en París, unos amigos dejaron a Cortázar un victrola y unos discos de Carlos Gardel. A partir de esa experiencia Cortázar evoca a Gardel en un precioso texto lleno de añoranza y ternura. Para Cortázar sólo existe una forma de escuchar a Gardel, no en directo, sino a través de un viejo victrola, en discos gastados acariciados por la púa, en noches de verano, y cebando mate.

Los tangos escritos por Julio Cortázar me cautivaron por completo y descubrí que Cortázar tiene un disco de tangos junto con Edgardo Cantón e interpretados por Juan Cedrón, editado en el año 80 y reeditado en el 95 llamado Trottoirs de Buenos Aires.
En el disco se incluyen los siguientes tangos,
01 Medianoche, aquí
02 Guante azul
03 Tu piel bajo la luna
04 Tras su rastro
05 Veredas de Buenos Aires
06 El buscador
07 Java
08 La camarada
09 Paso y quiero
10 La cruz del sur

Especialmente hay dos que me encantan,

Adicionalmente me di a la tarea buscar el disco Trottoirs de Buenos Aires y aunque no fue tarea fácil, aquí se los dejo para que lo disfruten.

Carta de Julio Cortázar a Roberto Fernandez Retamar: Sobre Rayuela.

Cortázar con Roberto Fernández Retamar, Casa de las Américas, Cuba, 1979
 París, 17 de agosto de 1964
Querido Roberto:
  Perdóname por escribirte a máquina, pero es una costumbre de la que ya no sé privarme y que me permite ser eternamente espontáneo e ir diciendo lo que me nace de más adentro. Anoche me entregaron tu carta del 3 de Junio (¡cuánto tiempo, ya!) y me sentí tan emocionado y tan feliz por lo que me decías en ella que entré como en un trance, en una casilla zodiacal increíblemente vasta y próspera. Todavía no he salido de ella, y te escribo bajo esa impresión maravillosa de que un poeta como tú, que además es un amigo, haya encontrado en Rayuela todo lo que yo puse o traté de poner, y que el libro haya sido un puente entre tú y yo y que ahora, después de tu carta, yo te sienta tan cerca de mí y tan amigo. No sé si cuando te escribí hace unos meses para hablarte de tus poemas, supe expresar bien lo que sentía. Tú, en tu carta, me dices tantas cosas en unas pocas líneas que es como si me hubieras mandado un signo fabuloso, uno de esos anillos míticos que llegan a la mano del héroe o del rey después de incontables misterios y hazañas, y allí está condensado todo, más acá de la palabra y de las meras razones: algo que es como un encuentro para siempre, un pacto que hace caer las barreras del tiempo y la distancia.
  Mira, desde luego que lo que hayas podido encontrar de bueno en el libro me hace muy feliz; pero creo que en el fondo lo que más me ha estremecido es esa maravillosa frase, esa pregunta que resume tantas frustraciones y tantas esperanzas: "¿De modo que se puede escribir así por uno de nosotros?" Créeme, no tiene ninguna importancia que haya sido yo el que escribiera así, quizá por primera vez. Lo único que importa es que estemos llegando a un tiempo americano en el que se pueda empezar a escribir así (o de otro modo, pero así, es decir con todo lo que tú connotas al subrayar la palabra). Hace unos meses, Miguel Ángel Asturias se alegraba de que un libro mío y uno de él estuvieran a la cabeza de las listas de best-sellers en Buenos Aires. Se alegraba pensando que se hacía justicia a dos escritores latinoamericanos. Yo le dije que eso estaba bien, pero que había algo mucho más importante: la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por la manía de las traducciones y el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda. Sigo creyendo que hay ahí un hecho trascendental, incluso para un país donde las cosas van tan mal como en el mío. Cuando yo tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy cualquier buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo. Es decir que los signos de madurez (dentro de los errores, los retrocesos, las torpezas horribles de nuestras políticas sudamericanas y nuestras economías semi-coloniales) se manifiestan de alguna manera, y en este caso de una manera particularmente importante, a través de la gran literatura. Por eso no es tan raro que ya haya llegado la hora de escribir así, Roberto, y ya verás que junto con mi libro o después de él van a aparecer muchos que te llenarán de alegría. Mi libro ha tenido una gran repercusión, sobre todo entre los jóvenes, porque se han dado cuenta de que en él se los invita a acabar con las tradiciones literarias sudamericanas que, incluso en sus formas más vanguardistas, han respondido siempre a nuestros complejos de inferioridad, a eso de "ser nosotros tan pobres", como dices a propósito del elogio de Rubén a Martí. Ingenuamente, un periodista mexicano escribió que Rayuela era la declaración de independencia de la novela latinoamericana. La frase es tonta pero encierra una clara alusión a esa inferioridad que hemos tolerado estúpidamente tanto tiempo, y de la que saldremos como salen todos los pueblos cuando les llega su hora. No me creas demasiado optimista; conozco a mi país, y a muchos otros que lo rodean. Pero hay signos, hay signos. . . Estoy contento de haber empezado a hacer lo que a mí me tocaba, y que un hombre como tú lo haya sentido y me lo haya dicho.
  Gracias por haberle mostrado a Lezama cuánto me acuerdo siempre de él y lo mucho que lo admiro. Hace tiempo que quiero escribirle, pero me intimida un poco; vuelvo a acordarme de la noche en que cené con él y lo escuché decir cosas maravillosas, como un lento volcán de palabras. Sí, él es uno de los que me llacen tener confianza en nuestras tierras, en lo que habrá de ser finalmente esa América misteriosa.
  Oye, ahora quiero decirte que si es cierto que vas a escribir algo sobre mi libro, me das desde ya una enorme alegría. He leído muchas críticas, algunas justísimas e inteligentes; pero el tono que hay en tu carta, ese contacto por debajo que hay entre lo que me dices y lo que yo soy en mi libro, no lo he encontrado hasta ahora. Por supuesto, si escribes algo tendrás que pensar en el lector y tomar tus distancias; pero te has acercado tanto que cualquier cosa que digas de mi libro será siempre una vivencia, como hubiera querido el pobre Oliveira, y no una valoración de magister, de las que me llegan docenas y que yo olvido minuciosamente.
  Quiero que sepas que Aurora y yo fuimos muy felices la noche en que estuviste con tu mujer en casa, y que esperamos siempre que vuelvan a Europa y podamos vernos más y mejor. Natalia Revuelta, que me trajo tu carta tan gentilmente, habló de que quizá fueras a Oriente a estudiar problemas literarios o culturales (la información era muy nebulosa, pero se mencionó el Japón y la India). Si así fuera, lo que me parecería fabuloso, supongo que pasarás por Europa antes o después, y que me avisarás con tiempo. Yo no soy divertido como contertulio, ya sabes que los argentinos estamos todos metidos para adentro y si algo sacamos a veces es las uñas (y al divino botón, diría alguien que conozco); pero si me tienes paciencia sé que podremos hablar de verdad de tantas cosas. Con ustedes, los cubanos, yo me desnudo como frente al mar; los amigos de allá lo notaron y me lo dijeron. Mira si me hacen bien, mira si tendré razones para quererlos tanto.
  Dales mis afectos a Calvert Casey, a Arrufat, a Lisandro Otero, a Edmundo Desnoes, y por supuesto a Lezama. Un gran abrazo de Aurora para ustedes dos. Yo no sé cómo despedirme.

Digamos que sigue en el capítulo...
Pero también un abrazo muy fuerte,
Julio.

Las casillas de Rayuela en Julio

Sus cuentos (releo con la misma fruición de la primera vez Autopista al surLa señorita CoraContinuidad en los parquesLa casa tomada), su ensayo sobre Rimbaud, su texto biográfico sobre Poe, su aproximación crítica a la teoría del cuento, su nouvelle El Perseguidor. Pero su gran jugada, la que merece un monumento, es Rayuela.

Se sabe que cuando Cortázar terminó Rayuela le tenía otro nombre. La novela se iba a llamar Mandala y esto es muy sugerente, porque el Mandala es un símbolo gráfico que representa las capas espirituales más profundas de un ser que se busca.

Veamos el contenido de sus casillas,

Casilla 1: Llega a Buenos Aires proveniente de Bruselas siendo un niño de cuatro años, que sólo habla francés y apenas ensaya algunas palabras mal pronunciadas en español. Sus compañeros de escuela se burlan de él, su padre lo abandona para siempre, su cuerpo crece de manera desproporcionada, sus huesos son débiles y se parten con facilidad al caer de una bicicleta. Entonces, se encierra en el armario de su cuarto, en total oscuridad y comienza a escuchar los sonidos de esas otras dimensiones que después las conocimos sus lectores por él. Cortázar inaugura así en la literatura hispanoamericana un género fantástico distinto al de Felisberto Hernández y al de Borges: es lo sobrenatural dentro de lo natural, lo fantástico siempre está en la realidad si sabemos mirar y oír de una manera diferente.

Casilla 2: El tímido maestro de escuela primaria. Se sonroja por todo. Se empieza a cansar de sus fantasmas y decide leerse toda la cultura occidental. En menos de dos años lee y traduce a sus escritores favoritos en lengua inglesa. Son años de lector compulsivo que le dan la sólida cultura que conoceremos luego por sus ensayos críticos y, sobre todo, por la futura erudición de Oliveira.

Casilla 3: En una tarde de sol, caminando por la calle Corrientes de Buenos Aires, se encuentra con dos pasiones simultáneas que terminan siendo una sola: la música del Jazz y el amor desenfrenado de Aurora Bernardez. Descubre que el ritmo lo es todo. Sólo la música penetra la máscara de las palabras, las sombras chinescas de los conceptos, el frío muro racional del pensamiento cartesiano. Una sola fuga de Bach derrumba el monstruoso edificio arquitectónico de las categorías de Kant. De ahí ese personaje enigmático del Perseguidor, que al poseer el don del ritmo de las otras dimensiones, es capaz de penetrar lo sagrado por medio de su saxofón.

Casilla 4: Un puente de París en una noche de lluvia. Cortázar mira el agua del río Sena y siente un profundo deseo de tirarse y de morir ahogado. No sería el primero ni el último. Se ha desencantado del mundo, está solo al igual que el universo en donde vive. Estas son las tierras arrasadas por el olvido de un Dios ausente. No es que se le haya extraviado el sentido de la vida, porque uno nunca pierde aquello que jamás ha tenido. Simplemente toca fondo. Morir en París, puede ser mejor que seguir viviendo en el infierno mental de su angustia.
Sin embargo, cuando decide quitarse el abrigo y regalárselo a un Clochard, para que no se desperdicie en el fondo del río, le surge la idea de su novela, su Rayuela, Oliveira, la Maga, Rocamadur, los miembros del Club de la Serpiente, Morelli, la utopía de la novela total, o sea, de la antinovela, escribir una novela que mate la literatura pomposa y seria. Jugar a decirlo todo desde el principio, con otros lenguajes de los que, al igual que el poeta Hofmannsthal, él tampoco conocía ni una sola palabra. Rayuela nace esa misma noche en la que el hombre Cortázar renunció a encontrarle a su existencia una certeza metafísica. Por eso, la auténtica literatura es asunto de descreídos y nunca de militantes.

Casilla 5: Cortázar es los otros: cada uno de sus personajes es un pasadizo oculto de su inconsciente que se muestra a la luz del mundo. La Maga es el arquero Zen: el descubrimiento del budismo, la ilusión del yo, la vacuidad, el lenguaje del silencio, el rechazo a la dialéctica, el zambullirse en la vida misma sin los flotadores existenciales de los prejuicios o de las esperanzas.
Oliveira es el flaneur en las calles del París de Baudelaire, el "matador de brújulas" que sabe que la ciudad luz es una metáfora de su propia angustia: Cada esquina, cada barrio, cada avenida es el mapa incompleto del sentido oculto de su propia vida. Oliveira es Cortázar antes de renunciar a la ilusión de las certezas metafísicas, un ateo que mientras niega la existencia de un Dios, se arrodilla a pedir perdón por lo que no comprende.

Casilla 6: Le llega a Cortázar la fama literaria universal. Incluso, mientras todavía cree que: "No me hago la ilusión de que podré lograr algo trascendental".

Casilla 7: Cortázar sigue creciendo. Pero esto no es una metáfora sino un signo de reactivación de su antigua enfermedad: la acromegalia. A su vida y a su obra las impregna la nostalgia, esa nostalgia del tiempo perdido que había descrito enRayuela, cuando le hizo decir a Oliveira que: "Después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás".

Casilla 8: Julio y su novia Carol se contaminan por una transfusión de sangre a comienzos de los años ochenta. A los cuatro años ambos estaban muertos.

Casilla 9: Cada vez que leemos a Cortázar sabemos de su inmortalidad y recordamos sus palabras: "Cuando se ha salido de la infancia... se olvida que para llegar al cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato".

Casilla 10: Esta casilla es el cielo. Pero como dijo muy bien Wittgenstein: "De lo que no se puede hablar es mejor guardar silencio".

Extracto de: Elogio de la profundidad por Orlando Mejía-Rivera
Fuente: Revista ALEPH Febrero 2007

Rayuela Capítulo 17

Un fragmento, que me parece extraordinario, y que vale la pena leerlo sin prisas para disfrutarlo todo:

"...Nadie parecía dispuesto a contradecirlo porque Wong esmeradamente aparecía con el café y Ronald, encogiéndose de hombros, había soltado a los Warring’s Pennsylvanians y desde un chirriar terrible llegaba el tema que encantaba a Oliveira, una trompeta anónima y después el piano, todo entre un humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías, su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stomp, sus blues, para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el swing, el bebop, el cool, ir y volver del romanticismo y el clasicismo, hot y jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la estúpida música animal de baile, la polka, el vals, la zamba, una música que permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente amargos, una música que permitía todas las imaginaciones y los gustos, la colección de afónicos 78 con Freddie Keppard o Bunk Johnson, la exclusividad reaccionaria del Dixieland, la especialización académica en Bix Beiderbecke o el salto a la gran aventura de Thelonius Monk, Horace Silver o Thad Jones, la cursilería de Erroll Garner o Art Tatum, los arrepentimientos o las abjuraciones, la predilección por los pequeños conjuntos, las misteriosas grabaciones con seudónimos y denominaciones impuestas por marcas de discos o caprichos del momento y toda esa francmasonería de sábado por la noche en la pieza del estudiante o en el sótano de la peña, con muchachas que prefieren bailar mientras escuchan Star Dust o When your man is going to put you down , y huelen despacio y dulcemente a perfume y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie, balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve a sí misma, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizás había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombres porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera."

Cortázar y su máquina de escribir

En su articulo El amargo encanto de la máquina de escribir, Julio Cortázar describió su obsesión cuando usaba el artefacto:
... "El tiempo agravó las cosas: ahora sólo puedo escribir en máquina eléctrica, siempre de la misma marca, con el tipo de la misma medida, y sin un solo tropiezo, porque hasta el mínimo error de mecanografía me duele en el alma como un error de creación. No es raro, pues, que el único cuadro que tengo frente al escritorio donde escribo sea el afiche de una máquina de escribir destrozada por un camión en medio de la carretera. ¡Qué dicha!" ... "Lo peor es que cuando uno se vuelve mecanógrafo esencial ya resulta imposible escribir de otro modo, y la escritura mecánica termina por ser nuestra verdadera caligrafía"

Él utilizaba una Olivetti Lettera 22, que es una maquina portátil
diseñada por Marcelo Nizzoli en 1949 para Olivetti, fue muy popular y galardonada como el mejor diseño de producto en los últimos 100 años por el instituto de tecnología de Illinois.
Tiene un tamaño de 27x37x8 cm sin embargo pesaba 4kg lo que podía limitar su portabilidad. 
fuente: wikipedia

Me he encontrado un texto muy creativo titulado "La maquina de Cortázar" por Alberto Paciano, mismo que les dejo a continuación para que lo disfruten:

La maquina de Cortázar - Alberto Paciano

En 1997 compré la máquina en la que Julio Cortázar escribió Rayuela. Desde entonces no puedo escribir con otro artefacto. Ni siquiera con las plumas. Para empezar, al tomar una pluma, ya se está en una actitud ajena a la escritura: más cerca de los trazos, de las líneas y los rayones, se antoja más dibujar circulitos o largas líneas que cruzan la hoja a manera de pentagrama imperfecto, pero no de escribir una palabra. Quien revise mis borradores, encontrará todo esto. En cambio con la máquina de Julio las cosas son diferentes. A uno le dan ganas de poner un disco de Bill Evans e irse metiendo en las páginas, decidido a perderse en cualquier digresión hasta el punto final. Y así sucede. Puedo escribir durante horas hasta que el sueño pide lo suyo. A veces, juego a que soy Julio Cortázar. Me dejo la barba, fumo, aunque no tengo el hábito de fumar; juego ante el espejo que esta frente a mi escritorio a practicar ciertas posiciones corporales que mi estatura, sin llegar a la de Cortázar, me facilita las cosas; imito su voz, me toco mi boca, el borde de mi boca, y todo va perfecto, escribo sin trabas, sin apenas planear algo, como si los golpes vinieran empujados desde las teclas a la punta de los dedos.
Se me ocurren cosas que seguramente no se me ocurrirían si escribiera con cualquier otra máquina, digamos, con la antigua máquina del periódico, la que utilicé por allá en el ochenta. Han sido tantas personas las que han metido sus dedos allí; que el objeto pierde esa especie de imantación que solo pueden tener aquellas cosas que fueron usadas por una sola persona. Hasta donde yo sé, hasta donde me han dicho, solo Julio Cortázar escribió en esta máquina. Ignoro si le tenía mucho apego o no; si se sentía incapaz de escribir con otra o todo esto era perfectamente irrelevante. Me gusta pensar que la necesitaba tanto como yo, que le gustaba, como a mí , mirarla por un largo rato, sin tocarla, pensando en que las palabras no existen hasta que uno se pone a respirar y pone el papel y presionas para que la palabra tenga forma, peso, aroma, realidad.
Escribir en la máquina de Cortázar ha cambiado también mis costumbres o mis habilidades de taquigráficas. Antes, en la computadora, escribía usando todos mis dedos. Llegaba rápidamente al final de la frase y ahí estaba el muro, el ahora qué, las ganas presionar el erase hasta el inicio, como en un desmayo hacia atrás; ahora, escribo solo con mis dedos índices, lentamente, presionando con esfuerzo para que la letra imprima bien, como en esa fotografía a blanco y negro que anda circulando con la red, en donde se le ve Cortázar tan inteligente, tan concentrado en su juego. No estoy seguro cuántas utilizó Cortázar a lo largo de su vida. Al menos tuvo esta. El que me la vendió, un judío polaco, me garantizó que era de él, incluso me enseñó esa foto; se parecen tanto. Justamente este Polaco le vendió a un colega la máquina de George Perec. Era un escritor, mi amigo, sencillo y modesto. Ahora está hecho un lío. Yo tampoco podría escribir con una máquina de Perec, primero, porque apenas lo he leído. No veo en él a ningún maestro, no tengo por él más admiración que la que me puede inspirar los comentarios elogiosos de los colegas que sí lo han leído, que si lo admirar, no sé por qué.
En una semana visitaré a un amigo en Buenos Aires que va a inaugurar un museo de la vida de Julio. Entre otras cosas-fotografías, textos, la gabardina con la que llegó a Paris en el cincuenta o el cincuenta y uno- exhibirá una máquina de Cortázar. Prometí llamarle en cuanto llegara a la ciudad para encontrarnos en un café; iremos después a la casa del anticuario que estará a cargo del museo, y que jura tener documentos de autenticidad y pruebas y testimonios. Le diré que no pueden exhibir esa pieza. Les pediré de favor que no lo hagan. Somos amigos. Posiblemente, ya veremos. Buenos Aires es triste.

“Los textos de Cortázar son máquinas de pensar”

Me he encontrado en Pagina|12 un análisis interesante sobre los rasgos estilísticos de Julio Cortázar contrastándolo con Jorge Luis Borges a cargo de la escritora Luisa Valenzuela.

Les dejo a continuación el mismo:
Cortázar era un ser extraordinario, de una calidez humana muy profunda. Se interesaba mucho por los escritores jóvenes; en ese sentido era lo contrario de Borges, que dijo que a los jóvenes poetas había que disuadirlos”, dice Luisa Valenzuela a pocas horas de partir hacia México, donde participará del coloquio sobre el escritor organizado por la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, de la Universidad de Guadalajara. “Yo creo que cuando Carlos Fuentes y García Márquez decidieron donar sus premios nacionales para hacer una cátedra, lo eligieron a él por la calidad de su obra y porque tenían una enorme devoción por su nobleza: Cortázar se sacrificó mucho por las causas en las que creía”, agrega la escritora, en referencia al apoyo del autor de Rayuela a las revoluciones en Cuba y Nicaragua.
No será aquél el único contraste que aparezca en la entrevista en torno de Borges y Cortázar, a quienes Valenzuela considera “nuestros dos grandes polos, los dos grandes escritores argentinos”. Luego de evocar un congreso en La Habana en los años ‘60, en el que José Lezama Lima destacaba el carácter “latinoamericano, argentino y porteño” de la prosa de Cortázar, Valenzuela subraya que quizás Borges sea mucho más universal porque su obra se nutre de raíces literarias muy diversas. “Cortázar es más difícil de traducir, porque está lleno de regionalismos; como trabaja desde dentro del lenguaje, es difícil también dar una idea cabal de lo que él puede decir en algunos idiomas que no funcionan con una gramática latina. Pero hay una gran fascinación por su obra: yo conozco gente en México que recita páginas enteras de Rayuela de memoria. En toda América latina es un escritor sumamente amado. Su obra tiene plena vigencia. Y otra cosa: aun los que se limitan a apreciar lo de los cronopios y los famas, que es lo más fácil, también entran en sus mecanismos de textos como máquinas de pensar, máquinas que generan otras ideas y son estímulos de pensamiento. De alguna manera, Borges, a quien admiro profundamente, es tan preciso, perfecto, clausurante, que ahí no entra nada más. Mientras Borges es totalmente centrípeto, Cortázar, en cambio, es totalmente centrífugo: en él entra todo, y uno se puede sentir hermanado con ese espacio que él abre a los demás.”
–¿En qué basará su exposición en Guadalajara?
–Voy a proponer que se lo considere a Cortázar como el eximio y excelso “payaso sagrado”. En algunas culturas indígenas, sobre todo en América del Norte, los payasos sagrados son los personajes que pueden romper la sacralidad, los rituales, y son aún más considerados y respetados que los mismos representantes de los dioses, porque son los que entienden el mundo del más allá y el del más acá. Son los que entienden el lenguaje, del otro lado del mundo y de éste. Y yo creo que Cortázar era el epítome en ese sentido, porque él siempre estaba tratando de empujar el límite, de ver qué había del otro lado, de ver cómo la muerte estaba presente en la vida. Su mundo no era de dicotomías, y para él todo, de alguna manera, estaba imbricado.
–Y esto se relacionaría, también, con la pasión de Cortázar con lo lúdico, un rasgo saliente de su obra.
–Claro: el payaso sagrado es lúdico en serio. Cortázar decía que derivaba de la patafísica, cuyo principal precepto es no tomarse lo serio en serio. El trabajaba con temas de enorme seriedad y de golpe abría este juego. Porque creía que el juego abre la puerta para avizorar cosas que no pueden comprenderse de otra manera. Cortázar decía que de chico había sido muy serio, muy adulto; y de adulto, a la hora de escribir, utilizó mucho aquella mirada “seria” de niño que veía con ojos siempre nuevos, renovados.
–Cuando Cortázar empezó a incluir en sus ficciones temáticas políticas, ¿qué pasó con esta intención lúdica?
–Yo creo que se metió en política por un profundo amor a la humanidad; en un momento dado entendió que tenía que jugarse. Venía de una clase literaria argentina, casi diría que liderada por Borges, que decía que no se podía pensar una novela comprometida, que el compromiso político de alguna manera estropeaba la literatura. Cortázar comprendió que eso no necesariamente es así. Por mucho tiempo intentó mantener ambas cosas separadas; yo creo que fue cuando mejor escribió. Y creo que escribe sus cosas más flojas cuando intenta mezclarlo, como en Libro de Manuel, pero ahí también hay tramos magistrales. Su sueño era poder imbricar ese mundo de la pura poesía, de la pura literatura, con la visión política. Yo creo que es factible y que lo hizo cuando no quiso hacerlo, primero jugando con Fantomas y los vampiros transnacionales, pero también en ese cuento maravilloso que habla de Laura Bonaparte...
–Recortes de prensa.
–Ese cuento es bellísimo. Y también lo hizo en otros cuentos, como Graffiti. Poco antes de morir, Cortázar me contó un sueño: le entregaban un libro impreso en el que veía, por fin, que había podido aunar esos dos mundos, el de sus creencias políticas y el del arte. Un libro perfecto, impecable, que estaba hecho de figuras geométricas, no de palabras. El quería volver a la literatura pura, pero se sentía en la obligación, cuando le pedían un texto para cualquier revista, de escribir sobre política.
–¿Qué destaca entre su obra?
–Sus cuentos, en general, son extraordinarios. Rayuela fue un deslumbramiento: lo leí de una manera y lo volví a leer de otra, y no quería abandonar nunca ese universo tan complejo, tan magistralmente narrado. Pero el libro que más me gusta es 62: modelo para armar. Ahí está de nuevo lo que no puede ser dicho, ese momento que toca lo inefable con la ciudad, los sueños que comparten sus personajes.
–¿Influye, hoy, su obra?
–En su momento, Rayuela debe haber tenido millones de imitadores. Pero ahora no, no creo. Sus textos son muy inquietantes. En general los escritores de acá tratan de encontrar respuestas, o argumentos tranquilizadores, aunque se cuenten cosas aterradoras: de alguna manera, quizás un poco maniquea, los malos van en un lugar y los buenos en otro. En Cortázar no existe ese maniqueísmo: sus mundos, como dije antes, están imbricados, y eso despierta inquietud. Es lo que me interesa.